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Richard P. Feynman. La física de las palabras
Richard P. Feynman. La física de las palabras Read online
Índice
Portada
Dedicatoria
Una nota breve sobre las fuentes
Prólogo
Reflexiones sobre Richard Feynman
Prefacio Mi citable padre
Cronología
Juventud
Familia
Autobiográfica
Arte, música y poesía
Naturaleza
Imaginación
Humor
Amor
Filosofía y religión
Naturaleza de la ciencia
Curiosidad y descubrimiento
Cómo piensan los físicos
El mundo cuántico
Ciencia y sociedad
Matemáticas
Tecnología
Guerra
Challenger
Política
Duda e incertidumbre
Educación y enseñanza
Consejo e inspiración
Inteligencia
El premio Nobel
Visión del mundo
El futuro
Honrando a Richard Feynman
Agradecimientos
Fuentes
Notas
Créditos
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Para Ava y Marco
Una nota breve sobre las fuentes
De Richard Feynman se ha dicho que era el gran explicador. Este libro de citas caracteriza cómo abordaba mi padre la resolución de problemas científicos, su filosofía y su estilo de comunicación. Agrupadas por temas, estas citas proporcionan un conocimiento más rico y profundo de cómo pensaba, destacan lo que él creía que era importante y proporcionan brillantes ejemplos de cómo se expresaba.
Las fuentes han sido sus muchos trabajos publicados, sus documentos personales, que ocupan catorce grandes archivadores, y docenas de horas de lecciones y conferencias registradas. Varias citas importantes proceden, asimismo, de entrevistas que hizo con Charles Weiner para un proyecto de historia oral para el Instituto Americano de Física entre 1966 y 1973. Yo, personalmente, junto con mis ayudantes de investigación Anisha Cook y Janna Wennberg, que fueron decisivas para dar forma al libro a lo largo del último verano, reunimos miles de citas y después las ordenamos en los veintiséis temas que constituyen este libro.
Aunque ninguna colección de citas extraídas de trabajos escritos, de notas, de correspondencia y de conferencias puede captar completamente la extensa gama de pensamientos de mi padre sobre temas diversos, espero que esta compilación proporcione al lector una idea de su claridad, su humor y su manera única de contemplar el mundo.
MICHELLE FEYNMAN
Prólogo
Si el lector visitara cualquier departamento de física de cualquier universidad del mundo y preguntara a los estudiantes universitarios a qué científico aspiran a parecerse, creo que una mayoría diría Richard Feynman. Einstein podría estar en segundo lugar. Yo diría Feynman.
Richard Feynman fue uno de los más grandes físicos del siglo XX. El premio Nobel que obtuvo en 1965, compartido con Julian Schwinger y Sin-Itiro Tomonaga, le fue concedido por su trabajo en el desarrollo de la teoría de la electrodinámica cuántica, que hasta el momento presente sigue siendo nuestra descripción más precisa de la interacción entre la luz y la materia. No comprenderíamos los átomos sin ella. El nombre de Feynman está más estrechamente relacionado con ella debido a su introducción de los diagramas de Feynman. A todos los físicos que trabajan en el CERN, o en cualquier laboratorio moderno de física de partículas, se les ha enseñado cómo usar los diagramas de Feynman. Son los cimientos de nuestra comprensión del mundo subatómico, que nos permiten calcular qué ocurrirá cuando las partículas colisionan e incluso predecir la existencia de nuevas partículas, como el bosón de Higgs. No puedo imaginar la física de partículas sin estos diagramas, y probablemente hoy en día no existirían sin Feynman; no creo que nadie más hubiera dado con ellos. Una vez nos los han explicado son intuitivamente evidentes, pero uno tiene la sensación de que nunca los hubiera inventado. Este era el genio particular de Richard Feynman: explorar la naturaleza utilizando una especie de magia intuitiva internalizada. Es famoso el resumen que de su manera de abordar los problemas hizo su amigo y colega Hans Bethe: «Existen dos tipos de genios. Los genios ordinarios hacen grandes cosas, pero te dejan bastante margen para que uno crea que podría hacer lo mismo si trabajara lo suficiente. Después están los magos, y uno no tiene ni idea de cómo lo hacen. Feynman era un mago».
La electrodinámica cuántica por sí sola es suficiente para situar firmemente a Feynman entre los grandes, pero hay muchos físicos que han sido galardonados con el premio Nobel cuyos nombres apenas recuerdan los estudiantes universitarios, y mucho menos que los adoren como héroes. Pienso que la razón por la excepcional estima que se tiene a Richard Feynman puede encontrarse en este libro. Es su lógica humilde e incisiva; su aguda precisión, desplegada con humanidad; la maravilla que cataliza el descubrimiento; un profundo amor por la naturaleza y un poderoso deseo de comprender cómo funciona. Cuando leo sus palabras, que hay que leer con acento de trabajador de Nueva York, oigo la claridad reconfortante de un viejo ingeniero que ha venido a arreglar la fontanería. No hay artificio, ni ofuscación, ningún intento de embaucar o de exagerar su papel; solo una sensación de que esta persona hará el trabajo con un mínimo de alharaca. Richard Feynman pensaba así de la física. A menudo lo cito en mis libros porque nunca puedo describir mis sentimientos acerca de la física de manera tan clara como él podía hacerlo. Hay una hermosa entrevista que emitió la BBC en 1981, titulada «El placer de descubrir», en la que a Feynman se le pregunta acerca de la posibilidad de descubrir una teoría del todo: una estructura matemática completa que describa toda la naturaleza al nivel más fundamental.
«La gente me pregunta: “¿Está usted buscando las leyes últimas de la física?”. No, no lo hago. Simplemente intento encontrar más cosas sobre el mundo, y si resulta que hay una ley simple y última que lo explica todo, que así sea; sería bonito descubrirla. Si resulta que es como una cebolla con millones de capas y acabamos enfermos y cansados de observar las capas, ¡entonces que así sea! Y por lo tanto, cuando vamos a investigar no deberíamos decidir de antemano qué es lo que intentamos hacer, excepto encontrar más cosas acerca de ello... Mi interés por la ciencia es simplemente descubrir más cosas sobre el mundo».
Esta es, para mí, una descripción perfecta de la ciencia. Si nos deleitamos en lo pequeño, en lugar de adoptar posturas intelectuales fútiles frente a la intrincada e infinita exquisitez de la naturaleza, podremos conseguir algo de progreso. Al leer sus palabras, se oirá una y otra vez este mensaje: «Soy un hombre sencillo, y me gusta pensar detenidamente sobre cosas sencillas». El que habla es un físico real.
Esta simplicidad directa no descartaba ciertamente el lirismo cuando se trataba de describir el proceso de hacer ciencia. Algunas de mis citas favoritas son las que revelan la imagen interior que Feynman tenía del esfuerzo científico: «Vivimos en una época heroica, única y maravillosa de emoción. En las épocas venideras será con
templada con gran envidia. ¿Cómo sería haber vivido en los tiempos en que se estaban descubriendo las leyes fundamentales?». Para emplear un tópico que a veces se arroja contra los científicos, esto se halla impregnado de asombro infantil, y Feynman se encontraba absolutamente cómodo con este cumplido de doble filo. «Odio a los adultos».
Feynman era también un polemista, que hacía uso de su deliberada claridad lingüística para conseguir un potente efecto siempre que tenía la oportunidad. Se me ocurren pocos físicos que pudieran escribir en una clase de introducción al electromagnetismo: «Desde una distancia temporal considerable de la historia de la humanidad, contemplada desde, pongamos por caso, diez mil años antes del presente, poca duda cabe de que se juzgará que el acontecimiento más importante del siglo XIX fue el descubrimiento por parte de Maxwell de las leyes de la electrodinámica. La guerra civil americana palidecerá hasta una insignificancia provinciana en comparación con este importante acontecimiento científico de la misma década». Me encanta. Lo leo como una bofetada totalmente apropiada a la futilidad de las guerras provincianas, que prefigura el Pale Blue Dot[1] de Carl Sagan, la gran lamentación de la estupidez provinciana humana, escrito tres décadas más tarde: «La Tierra es un escenario muy pequeño en una vasta liza cósmica. Piénsese en los ríos de sangre vertida por todos aquellos generales y emperadores con el fin de que en gloria y triunfo pudieran convertirse en los dueños momentáneos de una fracción de un punto».
Así, pues, en estas páginas el lector captará un atisbo del genio, y leerá los pensamientos de uno de los grandes eruditos de la historia y uno de los mayores científicos que hayan existido nunca. Espero que el lector aprenda muchas cosas, como yo he hecho, y que quizá termine con un poco de curiosidad, asombro, humildad y respeto adicionales por el mundo natural. Una vez dicho esto, «no quiero tomarme este asunto en serio. Pienso que simplemente tendríamos que divertirnos imaginándolo y no preocuparnos por ello».
BRIAN COX
Profesor de Física de Partículas
Universidad de Manchester
Reflexiones sobre Richard Feynman
Parece que existe un insaciable apetito público para sentir una proximidad con la mente y la personalidad gigantes de Richard Feynman. Dicha curiosidad trasciende generaciones, cruza a través de disciplinas y culturas. Más de un cuarto de siglo después de su muerte, sigue vivo en la consciencia pública, sus libros todavía se publican, sus clases legendarias son accesibles vía internet, los científicos continúan forcejeando y enredándose con muchas de las teorías que propuso hace décadas.
¿De dónde proviene, pues, la longevidad de su aura? Solo puedo ofrecer un atisbo de instantánea.
Hace unas tres décadas, yo solía ver a Richard entre bastidores en los conciertos. Acudía no porque le gustaran particularmente los conciertos de violonchelo, sino porque tocaba su amada hijita, Michelle, y, naturalmente, ¿qué padre amantísimo no querría agradar a su hija? A veces pasábamos el tiempo en animada charla sobre qué verdad hay en la ciencia y en el arte, y Richard siempre decía: «En ciencia, tienes que demostrarlo». Y después nos entretenía con los relatos de sus aventuras cuando tocaba los bongos. Una vez fuimos a su casa y me enseñó sus bellos dibujos de la figura humana. Nos explicó que su deseo de ir a Tuvá[2] se originó al jugar a un juego de geografía. Siempre era enérgico y estaba atento y presente.
Uno de mis héroes, en mi juventud, era el gran violonchelista Pau Casals. Me impresionó en particular cuando explicaba que ante todo era un ser humano, después un músico y en tercer lugar un violonchelista. Me sentí igualmente conmovido cuando leí una de las citas de Richard: «No puedes desarrollar una personalidad únicamente con la física; tienes que hacer hueco para el resto de tu vida».
He aquí una pista para la longevidad de Richard Feynman. Sí, fue uno de los grandes físicos de todas las épocas, pero también prestó atención a la vida y al amor, a sus hijos, a su familia, a la sensualidad de la figura humana, a las complejidades primarias de tocar el tambor, a todo su entorno. Al tiempo que prestaba gran atención a los problemas que generamos y a los que nos enfrentamos, también sabía que los humanos son un subconjunto de la naturaleza, y la naturaleza tenía para él la mayor fascinación; porque la imaginación de la naturaleza es muchísimo mayor que la imaginación del ser humano, y la naturaleza conserva celosamente sus secretos.
Así, para Richard, valían la pena los años de trabajo para extraer algunos de dichos secretos con el fin de transmitirlos al resto de nosotros de la forma más directa y comprensible. Debido a que introdujo toda su vida en su personalidad, podemos identificarnos con su humanidad, y por lo tanto, permanecer a su lado cuando nos hizo participar en el viaje más espectacular de todos, la interminable búsqueda para comprenderlo todo.
¡Con toda seguridad sigue estando usted de broma, señor Feynman!
YO-YO MA
Violonchelista
Prefacio
Mi citable padre
Recientemente cayeron en mis manos algunos de mis cuadernos del instituto y la universidad y encontré en ellos los garabatos que escribía en ellos en horas de clase. A veces divertidos, a veces inspiradores, dolorosos y ocasionalmente molestos, estos retazos de mi vida de hace unos cuantos años me recordaban un momento concreto o una clase particular mucho más rápidamente que las notas que en la actualidad tomo en clase: hay algo muy poderoso en una afirmación concisa. De modo que siempre me han gustado las citas.
Una de mis citas favoritas de mi padre me llegó en una tarjeta de cumpleaños cuando cumplí los 18: «¡Ponte en marcha!», escribió. Cuando leí estas palabras, recuerdo mi reacción: orgullo y emoción, mezclados con una cierta aprensión. También recuerdo que por lo general mi padre no se ocupaba de las trivialidades de las tarjetas de cumpleaños; esto lo dejaba para mi madre, lo que hace que esta cita concreta sea mucho más conmovedora.
Mi padre me dejó sus palabras. Por ellas recuerdo tanto su actitud frente a la vida como su voz, positiva y clara. Era una persona que no se preocupaba de los problemas pequeños. Su consejo en este aspecto (déjalo; déjalo estar) es inspirador:
Y todos hacemos cosas estúpidas, y sabemos que algunas personas hacen más cosas estúpidas que otras, pero es inútil intentar comprobar quién hace un mayor número.
A veces me preguntan qué tipo de padre era, y aunque en ocasiones me burlaba de él porque no recordaba lo que yo consideraba que eran detalles pertinentes de mi vida (edad, escuela, etc.), siempre estaba contento y dispuesto a pasar tiempo conmigo. Quizá tuviera la reputación de no soportar gustosamente a los tontos, pero lo recuerdo como un hombre divertido, enérgico, amable, bromista, paciente. Recuerdo su sabio consejo acerca de encontrar una carrera, muy parecido a una carta que escribió a un estudiante de instituto en 1984:
Es maravilloso que puedas encontrar algo que te guste hacer en tu juventud y que sea lo bastante grande para mantener tu interés a lo largo de toda tu vida adulta. Porque, sea lo que sea, si lo haces lo bastante bien (y lo harás, si realmente te gusta), la gente te pagará para hacer lo que de todas maneras quieras hacer.
Siempre que leo sus palabras, oigo su voz. Todavía me hace reír pensar que usó el término «cocinar» en su discurso del premio Nobel:
No utilicé nunca toda aquella maquinaria que yo había cocinado para resolver ni un solo problema relativista.
Me encanta el uso que hacía mi padre de expresiones que ya no están en rotación, y me fascina su característico ritmo al hablar. Recuerdo unas cuantas expresiones arcaicas de mi adolescencia: la nevera era la «caja de hielo», ¡por Dios! O bien: «Dan toda la vuelta alrededor del granero de Robin Hood para llegar hasta aquí», para describir un camino con rodeos.
Sé que estaba fascinado con Las Vegas. Incorporaba a sus conferencias relatos de las visitas que hizo a allí. Me encanta especialmente el fragmento siguiente porque era un experto en transgredir las normas gramaticales.[3] El ritmo establece realmente la escena:
Ejemplo. Estoy en La
s Vegas, supongamos. Y conozco a un mentalista o, pongamos por caso, a un hombre que afirma que no puede leer la mente pero que, hablando en términos más técnicos, tiene la capacidad de telequinesis, que quiere decir que puede influir sobre la manera en que las cosas se comportan simplemente mediante el pensamiento. Este tipo se me acerca y dice: «Se lo demostraré. Nos pondremos junto a la ruleta y le diré con antelación si saldrá negro o rojo en cada tirada».
Digamos que creo, antes de empezar, que no supone ninguna diferencia el número que se elija para ello. Resulta que estoy predispuesto contra los mentalistas a partir de la experiencia en la naturaleza, en la física. No veo, si creo que este hombre está compuesto de átomos y si conozco todas (la mayor parte) las maneras en que los átomos interactúan entre sí, ninguna manera directa en que las maquinaciones en la mente puedan afectar a la bola. De modo que debido a otras experiencias y al conocimiento general, albergo un potente prejuicio en contra de los que leen la mente. De un millón a uno.
Ahora empezamos. El mentalista dice que saldrá negro. Y es negro. El mentalista dice que ahora saldrá rojo. Y rojo es. ¿Creo en los mentalistas? No. Puede ocurrir. El mentalista dice que saldrá rojo. Y sale rojo. Sudor. Estoy a punto de aprender algo...
También era revelador ver de qué manera pasaba su tiempo libre. ¿Me sorprendió ver citas que revelaban su afición a trabajar siempre en física? No, realmente. Era un interruptor que él no podía apagar. Recuerdo que siempre parecía estar pensando en la física. Cuando no tenía un bloc de notas, era corriente encontrar ecuaciones en pedazos de papel, incluso en los márgenes del periódico. Incluso cuando era muy joven, recordaba, le fastidiaba que lo apartaran del trabajo.